Sus ojos. No puedo decir que tenga unos
ojos extraños, no tienen un color de los que la gente considera que
son hermosos, son marrones, de un marrón tan oscuro que suelo
confundirlos con negros. No tiene grandes pestañas, nada especial.
Pero nada más mirarlos sabes si está contenta o si está enfadada.
Cuando te recorre con la mirada puedes sentir perfectamente su amor o
su desprecio. Creo que ella sería una de las únicas personas que
podrían matar con la mirada si quisieran. Transmite dolor si está
triste y una alegría tan inmensa que te inunda el alma cuando te
mira mientras sonríe. Y yo adoro mirarla. Me pasaría toda mi vida
simplemente contemplándola.
Tampoco su risa es muy especial, aunque
tiene muchas diferentes. La silenciosa, muda, que sólo reconoces que
está riendo por la expresión de su rostro. La educada que utiliza
cuando debe reír en un ambiente con poca confianza. La de las
lágrimas, en la que tapa su rostro con las manos intentando evitar
ser observada. Y mi risa favorita, esa risa que tan pocas personas
consiguen ver en ella. La risa más sincera que he visto nunca.
Suave, simple. Y la manera en que mientras ríe acomoda su pelo
detrás de su oreja, casi de forma inconsciente.
Siempre me he preguntado cómo, sin
darnos cuenta, podemos recordar cada uno de los gestos de la persona
a la que más amamos. Quizás no recordamos sus palabras o cuándo
fue la última vez que la vimos o qué ropa llevaba, pero recordamos
cada uno de los gestos que hizo, las sonrisas, las miradas.. incluso
puedo recordar de qué ojo cayó su última lágrima. Es increíble.